Platos
Rafael G. Vagas Pasaye
Ambos nos sentamos en la mesa luego de tener todo listo para la cena. Lo elemental, sin adornos, para lo que nos alcanzaba: café, pan, un plato de fruta que usaremos quizá por última vez, es un plato ya quebrado que merece relevo.
Antes de terminar el café, ella sabe que el plato ha sido testigo de muchas historias, soportó el peso de las visitas, el periodo de apoyo a la hermana luego del divorcio, creo que en ese plato una vez comió un vendedor de humo que nos prometió mucho y al irse sabíamos que no lo volveríamos a ver.
Terminada la fruta y el pan, en el último sorbo del café ambos pensamos en cómo será despedirnos del plato. Le digo a ella que yo me encargo, pienso en dejarlo caer, pero lo ruidoso del acto me lleva a volver a pensarlo. Tirarlo directo en el cubo de basura sería injusto, impropio para las tareas que ha realizado en la casa. Mientras eso sucede, sin darme cuenta lo lavo de nueva cuenta, y mientras lo contemplo creo que lo mejor es darle una pedrada o rasparlo para dañarlo un poco y así justificar su deceso. Recuerdo que sólo fue un parpadeo pero de pronto ya estaba en la cama con ella, rogué que no me preguntara por el plato. Eso evitaría peleas nocturnas que a nadie le agradan. Ya mañana sabrá la verdad. Y quizá se haga cargo cuando abra la alacena y vea el plato de nueva cuenta acomodado en su sitio, aparentando sonreír, guardando los secretos de la casa, esperando su turno de opinar sabiendo que sobrevivió otro día y su presencia nos mantiene unidos.