Solangel Avila

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Solangel Avila

“Toda mi vida me gustó la cocina, desde chiquilla. Me levantaba en la mañana y les hacía el desayuno a mis papás y a mis hermanas. Pasaban programas de cocina en la televisión y yo los grababa en VHS. Mi abuelita siempre hizo pasteles, tuvo muchísimos nietos y nos hacía pasteles a todos. Ella era de la que hacía las muñecas y les hacía el vestido, comestible todo. Me acuerdo mucho de los olores de cuando estábamos en casa de mi abuelita y estaba ella haciendo sus pasteles. Me acuerdo que rallaba el limón verde, cuando mezclaba la mantequilla con el azúcar, todos esos olores me recuerdan a mi infancia. Mi familia por parte de mi mamá fueron restauranteros toda la vida, siempre estuve metida en ese ámbito que me gustó pero nunca se me ocurrió estudiarlo. En tercero de prepa, todos mis compañeros ya se habían inscrito en la Universidad y yo no sabía qué quería estudiar. Me ofrecían una beca para estudiar porque yo jugaba basquetbol en esa época. Yo veía las carreras de la Universidad y ninguna me llamaba la atención, mi mamá no creía que fuera a rechazar una beca pero yo no me veía trabajando en nada de eso. Empezaron las clases y yo me quedé aquí en Tepic y al tiempo me fui a vivir a Morelia; mi mamá me mandó con una tía a tomar cursos de gastronomía para ver si era realmente lo mío. Durante nueve meses tomé cursos de cocina y me gustó, de ahí me pasé a Guadalajara y estudié en la Universidad Autónoma. Salí a los veintidós de la carrera y después empecé a trabajar. Estaba trabajando en Guadalajara en el Quinta Real, tenía un practicante de la Ciudad de México que me habló de una beca para estudiantes de gastronomía. Él se regresó a Ciudad de México cuando terminó sus prácticas en el hotel y desapareció un rato, lo perdí de vista. Se volvió a comunicar conmigo porque él había ganado la beca. Al siguiente año me envió la convocatoria y yo al leerla me proyecté, era para mí; era una beca para ir a Mónaco a hacer prácticas a uno de los mejores establecimientos. En cuanto pude junté todos los papeles y los mandé. Me convocaron a la Ciudad de México con mis papás porque nos entrevistaron ahí. Pasé la primera prueba y después tuve que hacer un examen práctico, uno teórico y otra entrevista. Quedé seleccionada y tuve que mudarme a la Ciudad de México para estudiar francés intensivo cinco meses. Eran clases de lunes a viernes de ocho y media de la mañana hasta las seis de la tarde, los sábados descansábamos y el domingo teníamos clases de cocina y técnicas francesas, todo en francés. Me tocó irme a Mónaco y hacer prácticas en el Monte Carlo Beach, fue ahí donde conocí a mi esposo. Él trabajaba ahí, estaba trabajando en las montañas y un amigo lo invitó a trabajar en Mónaco; era la primera vez que hacía una temporada allá. Desde que lo vi me gustó pero yo tenía un nivel de francés medio básico, aparte él es muy tímido. Lo conocí más cuando me tocó hacer prácticas en pastelería. Me quedaban doce días para regresar a México, salimos todos los días. Empezamos a andar juntos pero tuve que volver para traer lo que había aprendido y aportar algo a mi país. Me regresé y dos meses después lo tuve aquí de visita. Como todas las relaciones a distancia siempre es complicado, él me dijo un día que se venía o que yo me fuera para allá, que no podía estar tanto tiempo lejos. Yo no quería que él se viniera porque acababa de conseguir un contrato anual, algo que es muy difícil. Empezamos a hablar del matrimonio y de un momento a otro el volvió a México y me propuso matrimonio, planeamos todo para la boda y nos casamos. Nos casamos en Francia, vivíamos en Niza y trabajábamos en Mónaco los dos. Me fui a vivir a Francia siempre con el plan de algún día regresar a México. A mi esposo le gusta mucho México, le enamoró el hecho de que hubiera frutas todo el año, le impactó el sabor de la piña miel que le dieron a probar en un mercadito de la Ciudad de México. Desde que nos casamos quisimos hacer una empresa, una pastelería francesa. Mi esposo desde chico soñó en irse de Francia a otro país y empezar una pastelería. Decidimos que para dos mil dieciséis nos veníamos a México, pero un año antes tuvimos a nuestro hijo; entonces quisimos quedarnos en Francia hasta que tuviera todas las vacunas. Seguimos trabajando y ahorramos un poquito más para nuestro proyecto, desde allá empezamos a trabajar con un equipo de arquitectos de aquí de Tepic. A finales de abril del año pasado regresamos a México, nos instalamos en casa de mis papás. No queríamos empezar a trabajar hasta que quedara la boutique por completo, trabajar en una casa nos resultaba complicado. Nos animaron a hacer una degustación de postres y así nos dimos a conocer. Nos recomendaron empezar con las redes sociales y la gente nos empezó a contactar. Tengo muchas ganas de aportar algo diferente a los nayaritas con productos de buena calidad y poder mostrar el cariño que tengo por Francia aquí en México, vengo a entregar algo de Francia a los nayaritas. Queremos establecer una pastelería bien fuerte aquí en Nayarit y más adelante pensar en establecer una que otra sucursal. Ahorita vamos lentamente, queremos dedicarnos a la calidad de nuestro producto y no apresurar las cosas todavía.”

Solangel Ávila, 33 años
Emprendedora
Ella es #nayaritadelcentenario
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